Hechos nuevos, política vieja El Correo 20.08.20 Opinión José
María Ruiz Soroa
“Mostrar el drama
humano y ético que nos hemos visto obligados a consentir para nuestra salvación
es lo menos que les debemos a los viejos de las residencias”
Es en la segunda parte del artículo donde hace
referencia al subtítulo supra:
Y
sin embargo, en el seno de esta sociedad española que de nuevo se entrega entusiasmada a lo viejo, han ocurrido
realmente hechos nuevos, algunos tan terribles que merecerían un poco de
atención y reflexión seria. Han ocurrido ante nuestros ojos y, sin embargo, ya
parece que nunca tuvieron lugar. Me
refiero a la muerte de miles de viejos en las residencias, muertos en abandono
y soledad en el confín de de su dormitorio y su cama anónimos. Una
mortandad de la que todavía hoy las autoridades ocultan su alcance y sus
circunstancias. Y, sobre todo, que camuflan sus causas mediante el sistema
de aplicarles los esquemas de la política vieja.
Camuflar lo
sucedido es hablar del mercantilismo, del privatismo o de los fondos buitre
como propietarios de las residencias Unos propietarios malvados que habrían
provocado o tolerado el contagio y la muerte de los ancianos residentes. O
sugerir la conexión entre propiedad y muerte. Camuflar la mortandad es señalar que en las residencias no había
medios adecuados para proteger u tratar al personal o a los viejos. Pues, ¿cómo
iba a haberlo? ¿Es que las residencias
eran hospitales, donde por cierto tampoco había medios de protección? Camuflar el sacrificio, porque eso es lo que fue, un sacrificio, es
no querer reconocer que la burocracias sanitaria, estatal y autonómica, fue la
que decidió mantener aisladas las residencias y no permitir que sus viejos
infectados fueran ingresados, no permitir tampoco que los familiares los
sacaran de allí. Camuflar lo
sucedido, es no reconocer que si los hospitales españoles no han colapsado ello se debe a que miles de viejos se han muerto púdicamente en
sus cuartos de la residencia sin acudir a rebosar los hospitales. Tampoco
tenían elección, es cierto pero es como para reconocer su muerte como lo fue,
un sacrificio por los demás.
Camuflar lo
nuevo sucedido es no hablar sin tapujos de esas decisiones burocráticas que no dieron a los viejos de las residencias ni
siquiera la oportunidad de que su caso fuera juzgado por el comité médico–ético
de turno. Camuflar es no sacarlas a
la luz para poder enjuiciarlas públicamente. Porque lo terrible del caso es que
muy posiblemente fueron decisiones correctas y obligadas, pues había que salvar
la sanidad ante todo. Pero mostrar lo terrible de lo sucedido, el drama humano
y ético que nos hemos visto obligados a consentir para nuestra salvación, es lo
menos que les debemos a los viejos de la residencias. Es un hecho nuevo, sin
precedentes en nuestra historia, que requiere una reflexión abierta y limpia
sin los trampantojos de la política vieja. ¿Será posible?