La Unión
Europea, en este momento y como opción de futuro
Los ciudadanos de la
Unión Europea, llamados a elegir el nuevo parlamento de ese ente regional los
días 25 y 26 de mayo, se preparan para optar por la peor opción. Al pasar
revista a sus problemas, los europeos vacilan entre varias prioridades. Pero
si analizaran un amplio periodo de su historia podrían descubrir el origen de
sus problemas sociales, económicos y políticos y, sin la menor duda, su
decisión sería otra.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, en 1947,
el embajador estadounidense George Kennan concibió la política de containment
(la llamada “política de contención”) [1] y
el presidente Harry Truman creó las instituciones estadounidenses de
seguridad nacional –como la CIA, el Consejo de Seguridad Nacional y el
Estado Major Conjunto [2].
Washington
y Londres se volvieron entonces en contra de Moscú, que había sido su
aliado durante la Segunda Guerra Mundial. Incluso se plantearon la
creación de una nacionalidad anglosajona y decidieron imponer su bandera
a los países de Europa occidental con la creación de los «Estados Unidos
de Europa», bajo control anglosajón.
Washington
y Londres querían estabilizar la parte de Europa occidental que se hallaba
bajo la ocupación anglosajona, frente a la Europa oriental ocupada por los
soviéticos. Para ello obtuvieron el apoyo de las burguesías europeas,
sobre todo de aquellas que habían colaborado con la ocupación nazi,
entonces espantadas ante el auge y la nueva legitimidad de los partidos
comunistas, victoriosos junto a la Unión Soviética.
Esas
fuerzas reaccionarias se basaron en el sueño de un alto funcionario
francés, Louis Loucheur: unir el manejo del carbón y del acero, recursos
indispensables para las industrias de guerra de Alemania y Francia, para
impedir que esos dos países pudiesen volver a guerrear entre sí
[3].
De esa idea nació la CECA (Comunidad Europea del Carbón y el Acero), ancestro
de la actual Unión Europea.
En
el contexto de la guerra en la península de Corea, Washington decidió iniciar
el rearme de Alemania occidental ante la Alemania oriental. Para que los Estados Unidos
de Europa en formación tuviesen un ejército común, pero evitando
que se atreviesen a convertirse en una fuerza independiente y
manteniéndolos bajo control de los anglosajones, se creó la Unión
Europea Occidental (UEO), llamada a encargarse de la política exterior y de la
defensa común de esa parte de Europa.
Las relaciones entre Londres y Washington
se hicieron difíciles durante la crisis de Suez, en 1956.
Estados Unidos, que se enorgullecía de haber estado entre los
vencedores del yugo nazi, no podía aceptar el trato de Londres a las
naciones de su antiguo imperio colonial. Washington se acercó entonces
a Moscú para castigar al Reino Unido.
Quedaba atrás la idea de crear una nacionalidad común
anglosajona y la influencia británica se deslizaba, de manera
paulatina pero inexorable, a Estados Unidos. El Reino Unido decidió
entonces unirse a los Estados Unidos de Europa
en proceso de formación.
El
presidente francés Charles de Gaulle se opuso porque preveía que toda
futura reconciliación entre Londres y Washington se implementaría
privando a los Estados Unidos de Europa en formación de
todo poder político y basando esa entidad en una zona de libre comercio
de carácter transatlántico. Europa occidental se vería entonces castrada
y se convertiría en un simple vasallo de Washington frente a «los rusos» [4].
De
Gaulle, por supuesto, no era eterno. El Reino Unido acabó siendo aceptado en
los Estados Unidos de Europa en formación, entidad
eminentemente anti-rusa, y, conforme a lo previsto, transformó la
comunidad europea en una zona de libre comercio, mediante el
Acta Única Europea, y abrió el camino a negociaciones transatlánticas.
Era
la época de las «cuatro libertades» (en referencia al discurso
de Roosevelt, en 1941): la libre circulación de bienes,
servicios, personas y capitales. Las aduanas entre los países de Europa
occidental fueron desapareciendo mientras que los anglosajones imponían
su modelo de sociedad multicultural, que parecía incompatible con la
cultura europea.
El
proyecto de 1947 no se concretó hasta 1991, con la disolución de la URSS.
Washington decidió entonces transformar la organización de Bruselas en una
estructura supranacional y comenzar a introducir en ella los países del
desaparecido Pacto de Varsovia, así como a poner esta «Unión
Europea» anti-rusa bajo la protección de la OTAN y a quitarle todo
papel político.
No
fueron los europeos sino Washington, por boca del entonces secretario
de Estado James Baker, quien anunció el Tratado de Maastricht y
la apertura de la Unión Europea a los países de Europa oriental. Eso
metamorfoseó la estructura creada en Bruselas: a las 15 naciones del
bloque occidental creado después de la Segunda Guerra mundial
se agregaron 13 países provenientes del desaparecido Pacto
de Varsovia, la Unión Europea Occidental fue disuelta,
se nombró una Alta Representante de la Unión Europea para Asuntos
Exteriores y Política de Seguridad –también bajo control anglosajón
gracias a los términos impuestos en el Tratado de Maastricht– y finalmente
se creó una nacionalidad europea.
A
partir de ese momento, Washington se planteó hacer que Londres
se incorporara al Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(conocido en español por las siglas TLCAN [5]) [6] y
que se implantara una nacionalidad anglosajona, como se había
previsto en 1947. Ese proyecto llevó el Reino Unido a salir de la
Unión Europea pero la primera ministro británica Theresa May viajó a
Estados Unidos para tratar de defenderlo, justo después de la elección de
Donald Trump, elección que trastocó todos los planes.
Si
finalmente se concreta, el Brexit no modificará en nada la
actual situación de sumisión de la Unión Europea, garantizada por los tratados
europeos. Todo sucedería simplemente como se había planificado
en 1947, cuando Winston Churchill llamaba a la creación de los «Estados Unidos
de Europa», pero sin el Reino Unido [7].
Balance
La
historia de la Unión Europea demuestra que esa entidad nunca estuvo
concebida para favorecer los intereses de los pueblos europeos sino para
separarlos de Rusia.
Eso
fue lo que motivó a Vladimir Putin, en 2007, a pronunciar ante la Unión
Europea su contundente discurso de Munich [8].
En ese discurso recordó a los europeos que sus intereses económicos y
políticos, así como sus exigencias éticas, no los situaban del lado
de Washington sino junto a Moscú. Los europeos lo escucharon pero
nadie se atrevió a recuperar su independencia.
A lo largo de décadas, la Unión Europea logró
garantizar cierta prosperidad económica. Pero no ha sido así desde
la desaparición de la URSS. Hoy en día, la Unión Europea se ha
quedado rezagada: desde 2009 –o sea, después de la crisis financiera
mundial de 2008–, el crecimiento de Estados Unidos fue de +34%, el
de la India fue de +96% y el de China +139%, mientras que la Unión Europea
caía a -2%.
La Unión Europea nunca logró ayudar a
los pobres a salir de la pobreza. Como máximo, sólo se ha
planteado la aprobación de ciertas ayudas para que los más necesitados
no mueran de hambre.
Pero lo más importante es que la Unión Europea no ha
luchado nunca por la paz, sino sólo por sus amos anglosajones.
La Unión Europea ha apoyado todas las guerras estadounidenses [9],
incluyendo la guerra contra Irak, a pesar de que Francia y el
canciller alemán Schroder se habían pronunciado inicialmente
contra ella. Ese ente regional ha abandonado cobardemente a sus
miembros: su propio territorio está ocupado, en el noreste de Chipre, por
el ejército de Turquía, país miembro de la OTAN, sin que la UE haya
emitido la menor protesta.
El futuro
El
25 y el 26 de mayo, la Unión Europea anti-rusa elegirá su parlamento, sin que
se sepa por cuánto tiempo se sentarán allí los británicos.
Los
pueblos necesitan cierto tiempo para reaccionar. En tiempos de la
guerra fría podía parecer lógico optar por uno de los dos bandos. Pero
algunos ya pensaban que ponerse al servicio de los anglosajones
en vez de optar por el bando lidereado por un georgiano [10]
era tan absurdo como sería hoy seguir obedeciendo a los anglosajones para
protegerse de un inexistente «peligro ruso».
Al
cabo de tres cuartos de siglo de vasallaje, los partidos políticos
contrarios a los tratados europeos siguen vacilando en cuanto a definir
sus prioridades: ¿Comenzar por independizarse de los anglosajones o defender
primero su cultura ante árabes y turcos? Siguen sin ver que
el segundo problema es consecuencia del primero.
No
se trata de creer en la supuesta superioridad de una cultura sobre otra,
ni siquiera es cuestión de hablar de religión, sino de ver de
una vez por todas que es imposible coexistir en una misma sociedad
con dos organizaciones sociales diferentes. Dicho de otra manera,
hay que escoger entre descansar el domingo o el viernes.
Fue
su dependencia de los anglosajones lo que llevó a los europeos a adoptar
la sociedad multicultural… que no funciona en sus países. Sólo siendo
independientes lograrán salvar la cultura europea.
[1] The long telegram, by George Kennan to George Marshall, 22 de febrero
de 1946.
[2] National
Security Act of 1947.
[4] De
Gaulle consideraba la oposición entre capitalismo y comunismo como un tema
secundario en relación con el diferendo fundamental, de carácter
geopolítico, entre anglosajones y Rusia. De Gaulle evitaba hablar de la
URSS y prefería referirse a Rusia.
[5]
También se le designa a veces por sus siglas en inglés (NAFTA) o
en francés (ALENA). Nota de la Red
Voltaire.
[6] The Impact on the U.S. Economy of Including the United Kingdom in
a Free Trade Arrangement With the United States, Canada, and Mexico,
United States International Trade Commission, 2000.
[10]
Cabe recordar que Josef Stalin no era ruso sino georgiano.