La «crisis griega», vista desde Grecia
Atenas (Grecia) | 11 de julio de 2015
Introducción
«No
moriremos por Dantzig», decían los franceses hace 70 años. «No pagaremos
por los griegos», dicen hoy los alemanes. Y si en 70 años la fuerza
del dinero reemplazó, en Europa, la fuerza de las armas, el resultado
no es menos mortal para los pueblos. Tampoco es, a fin de cuentas, menos
autodestructiva.
El ataque
contra Grecia iniciado por poderosas fuerzas «geoeconómicas», las del
capital financiero totalmente liberado de toda forma de control, de un Imperio
del Dinero en gestación, reviste a nivel mundial una importancia enorme,
que sobrepasa ampliamente la dimensión de ese pequeño país. Es la primera
de una serie de batallas que decidirán el futuro de los Estados y de los países
europeos, el del ideal de una Europa unida, independiente, social, la de
nuestra democracia y nuestra civilización. La interrogante a la que hoy se
trata de responder, en Grecia, es saber quién va a pagar la deuda
acumulada de la economía mundial, incluyendo la deuda vinculada al salvamento
–en 2008– de los grandes bancos.
¿La pagarán
los pueblos de los países desarrollados, aunque ello implique la supresión de
los derechos sociales y democráticos conquistados a lo largo de 3 siglos
de lucha, en otras palabras, sacrificando la civilización europea?
¿La pagarán otros países? ¿La pagaremos destruyendo el medio
ambiente? ¿Prevalecerán los bancos ante los Estados o sucederá
lo contrario? ¿Logrará Europa dominar nuevamente ese monstruo que es el
capital financiero totalmente desregulado, reinstaurando una regulación de los
flujos de capitales, en el marco de un proteccionismo razonable y de una
política de crecimiento, contribuyendo a la construcción de un mundo
multipolar, dando así un ejemplo de envergadura mundial? ¿O bien,
sucumbirá Europa en medio de implacables conflictos internos, consolidando
el papel dominante –aunque hoy vacilante– de Estados Unidos y quizás
mañana el de otras potencias, o quizás incluso de totalitarismos, a nivel
mundial o regional?
La crisis griega
Los gobiernos europeos y su Unión, que han dedicado sumas colosales al salvamento de los bancos, imponen a Grecia la adopción de medidas que implican la mayor regresión de toda la historia de ese país, exceptuando únicamente el paréntesis de la ocupación alemana, de 1941 a 1944, hundiéndola además en la mayor recesión que ese país haya conocido en varias décadas, privándola por tiempo indeterminado de toda perspectiva de crecimiento. Lo cual puede, además, hacer simplemente imposible el pago de su deuda, o sea corriendo el riesgo de convertir a Grecia en una especie de Lehman Brothers en la nueva fase de la crisis mundial iniciada en 2008.
Hemos llegado
a un punto en que el Banco Central Europeo presta a los bancos a una tasa de
interés de 1% para que estos le presten a Grecia a tasas de 6 o 7%.
Al mismo tiempo, los gobiernos europeos se niegan a aceptar la
emisión de las euro-obligaciones que podrían ayudar a normalizar las tasas que
paga el Estado griego.
Alemania contra Europa
Hace 20 años,
el primer acto de la Alemania recientemente reunificada, alcanzando su plena «mayoría
estratégica», fue dar el tiro de gracia a la Yugoslavia multinacional y
federal, imponiendo a sus socios el reconocimiento de las diferentes Repúblicas
que la componían. El resultado fue, en primer lugar, una serie de
guerras que sembraron la ruina y la muerte en los Balcanes, pero
sin resolver ninguno de sus problemas. Otros resultados fueron la temprana
muerte de la balbuceante política exterior y de defensa de la Unión Europea
así como el solemne regreso de Estados Unidos a su papel de amo
absoluto del sudeste europeo.
Pero todo eso
parecerá un simple delito en comparación con lo que puede pasar ahora
por causa de la miopía de Berlín y de la manera dogmática, extremadamente
egoísta, en que defiende las reglas de Maastricht, dispuesto –según parece– a
sacrificar uno o varios de sus socios, incluso pertenecientes al «núcleo
duro» de la Unión Europea, la Eurozona, hundiéndolos en el desastre
económico y social.
Hoy en día, lo
que está en juego con la crisis «griega», con la crisis «española»,
con la crisis «portuguesa» o con cualquier otra crisis que pueda
aparecer mañana, no es solamente la política común europea, ni el destino
de los Balcanes. Es el ideal mismo de la Europa unida lo que está al borde
de la desaparición, y con ello su moneda común, como ya han señalado los
políticos y analistas económicos más brillantes, tanto en Europa como a escala
internacional.
Si bien en
1990-91, la política alemana sentó… el papel de Estados Unidos en el
sudeste de Europa, la política alemana actual conduce a la consolidación
de su papel hegemónico, hoy debilitado no sólo en la escena europea sino
a nivel mundial. Y al mismo tiempo priva a Europa de la
posibilidad de desempeñar, basándose en sus ideas y su civilización, un papel
de vanguardia en la tan necesaria revisión del sistema mundial. Errores
históricos de tan enorme envergadura no carecen de precedentes en la
historia de Alemania. Berlín sobrestima hoy su poderío económico, exactamente
de la misma manera como sobrestimó su poderío militar en los años 1910 y 1930,
contribuyendo así a la destrucción de Europa –y a su propia destrucción–
durante las dos Guerras Mundiales.
La
instauración de la moneda única y el modo de funcionamiento de la Unión Europea
han sido provechosos principalmente para Alemania, que sin embargo
se niega a «abrir su cofre» para ayudar a sus socios
en dificultades. Alemania no defiende a Europa, en el plano exterior,
de los ataques bancos internacionales bajo control de los
anglo-estadounidenses, ni de los ataques del capital financiero,
designados eufemísticamente como «los mercados». Tampoco defiende a
Europa en el plano interno, no sólo porque se niega a prestar ayuda a
un supuesto socio, en este caso a Grecia, sino además porque incluso insulta a
ese país, a través de una campaña sádica y racista de los medios de prensa
alemanes, ¡precisamente cuando ese país enfrenta graves dificultades!
Alemania y Maastricht
Alemania tiene
razón cuando sostiene que, al actuar así, está defendiendo las reglas de
Maastricht, que prohíben todo tipo de solidaridad y de ayuda entre los miembros
de la Unión Europea e imponen, para la eternidad, una política monetaria que
no existe en ninguna otra parte del mundo.
Esas reglas
son las que convienen a los intereses alemanes, al menos tal y como los
conciben los medios dominantes de Berlín, y sobre todo a los intereses de los
bancos y más generalmente de los grandes propietarios del capital financiero.
Las reglas de Maastricht garantizan sus ganancias, como también lo
hace el régimen de liberalización total de los intercambios de capitales y
mercancías, reglas que prohíben explícita o implícitamente a los europeos la
práctica de una política inflacionista, keynesiana, anticíclica, cuando pudiese
resultar necesario, pero que también les prohíbe defenderse contra el
antagonismo económico exterior, venga de Estados Unidos o de China.
Sin embargo,
al afirmar, con toda razón, que su política actual se basa en el tratado de
Maastricht, texto que hay que respetar como si fuese el Evangelio, Berlín
revela, sin querer, el carácter monstruoso del actual edificio europeo.
No hace falta ser economista, basta el simple sentido común, para entender
que ninguna unión entre personas, pueblos, Estados, o lo que sea, puede durar
mucho si se basa en… ¡prohibir la solidaridad entre sus componentes!
Si los pueblos
de Europa aceptaron la idea de la unificación europea no fue para
encaminarse a la ruina. La aceptaron para obtener más garantías de seguridad
y de prosperidad. Al negar a sus socios la ayuda que necesitan, los
dirigentes alemanes deslegitiman, en gran medida, tanto el ideal de la
Europa unida como el de la moneda única, así como su propia ambición de
encabezar esa Europa. ¿De qué sirve una Unión que moviliza todo sus medios
para salvar a los bancos que provocaron la crisis de 2008 pero que
se niega a salvar un pueblo europeo amenazado por esos mismos bancos,
anteriormente salvados del naufragio gracias al dinero de los fondos públicos?
La única razón que hace que los miembros de la eurozona afectados por la crisis se mantengan aún en ella es su temor por las consecuencias que podría tener su salida (y ciertos intereses de sus clases dirigentes). Pero, ¿por cuánto tiempo bastará esa razón, sobre todo ante una posible agravación de la crisis económica que transformará amplias zonas de Europa en una especie de Latinoamérica? Al igual que en el siglo XX, Alemania pagará de nuevo, ella también, el precio de su egoísmo. Políticamente, porque su propio papel se verá socavado. Económicamente, porque su actitud ahogará a los compradores de sus productos. Pero es muy posible que sólo se dé cuenta de ello cuando ya sea demasiado tarde.
La crisis griega como crisis de la eurozona
Es casi
evidente que la crisis griega no está relacionada únicamente,
ni siquiera fundamentalmente, con los problemas internos bastante
importantes del país, con la debilidad de su Estado y de su sistema
político, fuente de una extensa corrupción. Esos problemas, así como
el hecho que Grecia invierte sumas colosales para defenderse de una Turquía
negacionista, son sin embargo factores que determinan la forma,
el momento de aparición de esta crisis y la capacidad del país para
enfrentarla. Pero no son la causa, como lo prueba la crisis en
España, en Portugal y también en otros países.
En Grecia
puede tomar el aspecto de una crisis de la deuda pública y en España el de una
crisis del endeudamiento privado. El hecho es que la crisis está en todas
partes. Lo que refleja es la incapacidad a largo plazo de los países más
débiles de la Unión para enfrentar, por un lado, una política monetaria
diseñada en función de los intereses de Alemania y de los bancos
internacionales, así como la supresión de toda barrera de protección externa
de la eurozona.
El
funcionamiento «interno» de la moneda única conduce, a falta de
mecanismos compensatorios, a una transferencia permanente de la plusvalía del
sur de Europa hacia el norte. El funcionamiento «externo» de la
eurozona, que voluntariamente se prohíbe a sí misma todo tipo de
protección contra la competencia estadounidense y china, y toda política
industrial y social, toda armonización, conduce a la degradación de la
capacidad europea de producción en el conjunto de la Unión, comenzando por los
países más débiles. La industria griega, por ejemplo,
se traslada del norte de Grecia hacia los Balcanes y los turistas
abandonan el país donde impera una moneda cara –el euro– para irse al
litoral turco.
El problema va
a empeorar con el fin, dentro de poco, de las políticas de cohesión.
Es evidente que el problema estructural griego ha acentuado la situación y
puesto a Grecia en medio de la crisis europea, pero ese problema
no creó la crisis de la Unión. El sur de Europa no es la única
región que enfrenta esos problemas. Francia, país central y metropolitano,
corazón político de Europa, si se considera que Alemania es el corazón
industrial, también los ha detectado y tiene que enfrentarlos.
Esos problemas dieron origen al rechazo del pueblo francés a la Constitución
europea propuesta en 2005. Desde entonces, importantes intelectuales
franceses han resaltado el callejón sin salida al que
se encamina la eurozona. Por ejemplo, Emmanuel Todd, Jacques Sapir,
Bernard Cassen y ATTAC, así como Maurice Allais, por citar sólo
algunos, subrayan que es imposible que una Europa productiva y social
logre sobrevivir sin adoptar algún tipo de proteccionismo.
La obstinación
en las reglas de la eurozona, bajo su forma actual, conduce al totalitarismo,
estima Emmanuel Todd. Europa va derecho a la catástrofe con el sistema
ultraliberal de intercambio y la supresión, por las autoridades de Bruselas, de
la preferencia comunitaria. Hasta ahora, las ideas de reforma de la eurozona
no se podían aplicar, por falta de voluntad política. Sería una
tragedia para el pueblo griego que, debido, entre otras cosas, a la manera como
el sistema político griego y una élite política en plena degeneración
administran el país, ese pueblo tuviese que vivir una catástrofe como precio de
la energía necesaria para una reforma del euro, que –si finalmente tuviese
lugar–llegaría demasiado tarde para Grecia.
Economía y geopolítica
En cuanto a la
dimensión geopolítica del problema, los dirigentes alemanes
no parecen haber sacado ninguna enseñanza de su propia historia,
o sea recordar que durante las décadas anteriores a la Primera Guerra
Mundial fueron incapaces de obtener las ganancias esperadas de sus progresos
científicos y tecnológicos. El capitalismo de casino engendrado por la
desregulación de estas últimas décadas, y que ellos mismos aceptaron de manera
interesada y caracterizada por una total ausencia de perspicacia estratégica,
es un engendro anglo-estadounidense. ¡Ningún jugador, por muy bueno que
sea, puede ganarle al dueño del casino! Tenemos derecho a preguntarnos si
existe algún plan estratégico tras la crisis actualmente desatada, no sólo
en relación con la deuda griega sino también contra el euro,
precisamente cuando esta moneda estaba a punto de convertirse en una
divisa mundial.
Sobre todo
teniendo en cuenta, como ahora sabemos, que Goldman Sachs estaba detrás del
ataque contra Grecia y contra el euro. Escudándose tras el tratado de
Maastricht, en una Europa-«dictadura de los bancos» los alemanes
se aprovecharon ciertamente de su supremacía económica, pero a la vez
permitieron la instalación de una enorme trampa potencial, que acaba de
ser activada, contra la Europa unida. Era de esperar, además, que las cosas
evolucionaran en ese sentido cuando vemos, por ejemplo, que el arquitecto
de la política monetaria no es otro que… el hombre de Goldman Sachs, Otmar
Issing, otro más –es justo señalarlo– entre los tantos miembros de la
vasta red de influencias de ese banco en Europa. Es posible,
por consiguiente, que hoy estemos siendo testigos del desarrollo del plan
estratégico que integra la geopolítica y la geoeconomía en la arquitectura
del tratado de Maastricht.
La crisis
estaba inscrita en el tratado mismo con dos posibles resultados:
la transformación de Europa en estructura totalitaria y sometida o su disolución
en componentes, con la variante de mantenerla, en todo caso, en un estado de
desgarramiento provocado por sus problemas internos que le impida obtener
su autonomía en relación con Estados Unidos e imponer reglas al
capital financiero mundial. La política de Berlín parece basarse en la
esperanza de sacar de la globalización más provecho que si reclamase,
en nombre de una Europa reformada, un estatus de igualdad con
Estados Unidos en el marco de un mundo multipolar con flujos reglamentados
de mercancías y capitales. Y es así precisamente porque Berlín tiene todavía
en mente las derrotas sufridas cuando corrió tras la hegemonía europea
y mundial. Pero, al mismo tiempo, parece olvidar que la globalización
se halla bajo el dominio del sector financiero y del crédito, y no de la
industria, que constituye el punto fuerte de Alemania, país que a fin de
cuentas corre el riesgo de encontrarse nuevamente en la misma situación
que conoció hacia el final del «gran» siglo liberal, justo antes de la
Primera Guerra Mundial.
Los dirigentes
alemanes quizás piensan que una «expulsión» o una salida forzosa de
Grecia de la eurozona sería una solución que, por un lado, «serviría de
escarmiento» a los demás miembros de la Unión y reforzaría, por otro lado,
la homogeneidad de un núcleo duro europeo que parece haberse «ablandado».
La idea de una «Europa desigual» y en círculos homocéntricos, como
la que había formulado Karl Lammers, sigue siendo muy popular en Alemania.
El problema es que los círculos finalmente podrían resultar
heterocéntricos.
Es evidente
que para Grecia, pero también para otros miembros de la eurozona, el problema
se planteará por sí solo y todo indica que eso ocurrirá más pronto que lo
previsto. Para Grecia y otros países, mantenerse en la eurozona sólo tendría
sentido si dicha zona se reformara muy rápida y profundamente. Pero no es
nada seguro que la retirada de uno o de varios países reporte a Alemania
las ventajas que esta espera.
Al perseverar
en esa política, Berlín corre el riesgo de provocar una crisis muy grave, tanto
en la eurozona como en la Unión Europea. Y provocará, al mismo tiempo, una
importante derrota estratégica de Europa en el este del Mediterráneo,
contribuyendo así a concretar el objetivo estratégico central de
Estados Unidos en la región, o sea la constitución de una zona de
influencia estadounidense y turca que se extendería desde el Mar Adriático
hasta el Cáucaso y Chipre.
Esa zona,
siguiendo la visión de la «ocupación del centro» del «tablero
estratégico» planteada por [el ex consejero estadounidense de
Seguridad Nacional] Brzezinski, se interpondría entre Europa y los
hidrocarburos del Medio Oriente y también entre Rusia y los «mares cálidos».
Sería además parte de la Unión Europea. En otras palabras, sería uno de
los centros de una Eurasia dominada por Estados Unidos, una herramienta
al servicio de la «parálisis estratégica» de Europa y una base de «contención»
contra Rusia.
En Europa
deberíamos saber –pero dudo que alguien quiera saberlo–, desde los famosos
informes de Wolfowitz y de Jeremia que cristalizaron la estrategia post-guerra
fría de Estados Unidos, que el objetivo estratégico de Washington
es impedir el surgimiento de fuerzas que pueden hacerle frente y para
evitarlo aplica políticas destinadas a impedirlo desde ahora, programando
cuando es posible la aparición de crisis o creando obstáculos que impiden
colaboraciones o alianzas entre diversos polos del sistema internacional.
Hay un caso en
el que Alemania entendió esto perfectamente. Fue cuando ella misma decidió
construir el gasoducto North Stream para conectarse
directamente con Rusia. Pero, en general, Alemania sigue siendo
estratégicamente ciega.
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